Corte de Invierno

A LA DISTANCIA

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Se calzó el sombrero. No quería ser visto por la pareja que frente a él, a unos cuantos metros, se sonreía amorosamente. El organillero tocaba, como cada domingo, la tonadita que bien conocía, mientras los niños corrían a su alrededor entre las parejas de diversas edades. Conocía tan bien aquél paraje donde él se acercaba al kiosko y declamaba su poesía; la poesía que había escrito especialmente para ella.

Sonrío a medias con una sonrisa más de tristeza que de alegría al recordar que apenas unos cuantos años, ella caminaba a su lado mientras la nana los vigilaba atentamente. Detestó su suerte de proscrito, pero era la necesaria por la libertad en la que él creía. Era un idealista y eso no cambiaría nunca.

La vio tomar con su pequeña mano agua de la fuente para aventarla a su pareja. Se la veía tan sonriente, como en aquellos años, aunque en su rostro se observaba una paz que no tenía cuando la conoció. Entonces la recordó como una niña caprichosa… una niña… eso había sido para él; una niña primorosa que a la que había robado un primer beso y a la que había pretendido olvidar sin hacerlo.

Ahora era una mujer, una mujer que reía y caminaba alegre de la mano de su esposo. Si hubiera podido matarlo aquélla vez que lo encontró en el callejón… ¡Oh si! Sus manos se apretaron llenas de furia. Detestaba a ese hombre por haberle hecho perder dos años de su vida en una oscura prisión, alejándolo de todos, pero su venganza llegaría. La dictadura de Díaz caería y Limantour con ella.

Levantó su cuello y en largas zancadas pasó a escasos centímetros de ella. Su olfato percibió el ligero olor a rosas que emanaba de su cuerpo. Entrecerró lo ojos y apretó el paso. Ya abría ocasión de acercarse a ella.