Month: February 2017

Siete mares

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Su cuello se ofrecía bajo el filo de la espada, moreno por tantos años bajo el sol. Un rápido corte y fue todo para que su cuerpo quedara inerte.

Los ojos de todos estaban expectantes, atentos a un movimiento o a una palabra. El silencio se hizo denso durante el par de minutos que duró y sólo fue roto por el sonido de pasos sobre la madera y el chasquido de una puerta al cerrarse.

Los tiempos de guerra habían iniciado y nadie confiaría en nadie, mucho menos quien ahora los dirigiría a través de las aguas de los siete mares y que horas antes se los había demostrado ordenando arrasaran con la primer aldea que encontraron.

Un leve brillo de miedo quedó en los ojos de aquellos hombres que habían visto sin más, cómo la sed de sangre de su líder apenas parecía iniciar, pues la sangre que acababa de derramarse era de quien creyeron, ella estaba completamente enamorada.

Se miraron unos a otros y las tareas de limpieza de aquella aldea al pie de la playa comenzaron. Tendrían un par de días de libertad antes de adentrarse aún más en aquella isla para después partir como lobos hambrientos a descubrir lo que la guerra iniciada sería.

Siete navíos para siete naves y una mujer al frente de todos ellos, tal vez eso era la maldición de las maldiciones.

 

Con el corazón inundado

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Tengo el corazón inundado, por no poder llorar a la pasión perdida, por querer aún detener aquella sonrisa que me hacía feliz, por desear sentir eso que me hacía volar; pero también, las lágrimas de felicidad por esos besitos que él da en mi mano, por su tierna mirada queriendo darme parte de su mundo.

Ya no quiero pelear porque alguien más me de un lugar en su vida, ya no.

Tengo ahora un lugarcito que me han regalado y ahí, un ratito, me quiero quedar.

Naya

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Tras las huellas del monzón, la aldea se encontraba en ruinas. Las pútridas aguas estancadas provocaban arcadas en los habitantes de cuando en cuando. Los animales muertos flotaban de aquí a allá empujados por el movimiento de los pocos que habían quedado y que se negaban a abandonar cuanto habían poseído.

Naya veía apenada el desastre de su aldea, pero en el fondo de su corazón la pena ocupaba más y más espacio. Había encontrado en una cueva cercana a la aldea, la figurilla de una diosa, que no podía reconocer.

Había jugado con ella, como haría con cualquiera de sus muñecas de trapo, quizá faltándole al respeto y por eso ahora… tal vez… la aldea.

Con el agua hasta la cintura se encaminó hasta donde se encontraba la cueva, al entrar, no encontró a la figurilla con la que tantos días jugó, sino a una mujer de increíble belleza que le sonreía.

Naya se inclinó totalmente, hasta dejar su frente contra el suelo. Supo que el castigo iba de mal en peor, pero en lugar de una muerte segura, sintió la fría mano de aquella mujer que la levantaba por la barbilla.

-No hay acto sin consecuencia, – le dijo-, aprenderás que lo que haces afecta más de lo que puedes ver. Ve a la aldea y dile a los ancianos que busquen un nuevo lugar donde edificar la aldea y lleva contigo la figurilla a la que faltaste el respeto y diles que la pongan en un altar para que ninguna niña la vuelva a molestar o la tempestad de nuevo caerá.

Naya corrió hacia la aldea con la figurilla entre sus brazos. Entre sollozos y entrecortadas explicaciones dio el mensaje a los ancianos, quienes en silencio, recogieron lo poco que quedaba para buscar un nuevo lugar.

Cuentan que la diosa sin nombre protege la nueva aldea y que, aunque el monzón cause estragos, la pequeña aldea siempre se encuentra a salvo, mientras la imagen de la diosa siga en su lugar sin ser molestada.

Drunk

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Suena en la radio mi canción favorita, muevo mi cuerpo al compás de la música mientras cierro los ojos.

Su mano, hambrienta de mi piel, acaricia levemente mi espalda desnuda. Esa caricia se convierte en un abrazo alrededor de mi cintura.  Ambos, unidos por ese abrazo, nos movemos con el ritmo de la música.

Su aliento dibuja mi cuello, mientras me estremezco. No necesito más que ese abrazo para reconocer que lo deseo tanto como él a mí, pero esta unión va más allá de la piel.

Su abrazo me sumerge en el deseo, pero en el deseo de esa unión que va más allá de lo físico. Inicia lentamente el recorrido con los labios sobre la geografía de nuestros cuerpos, gemidos que hacen eco en la canción y una unión que trasciende en cada movimiento, que crece y se magnifica en una explosión de suspiros.

Se enciende el cielo o son las estrellas las que nos dan la bienvenida a esta nueva sensación que conocemos como amor.

 

No hay marcha atrás

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No intentaba observarse con atención, sino que pretendía reconocerse. Su negra y larga cabellera caía sobre ambos hombros de la forma en que a ella le gustaba, su cuerpo no era lo delgado que había sido antes, pero poco a poco volvería a arreglar eso; sus labios carnosos le sonrían al igual que la mirada, aunque el enojo y la tristeza parecieran mezclase en ellos.

-Demasiado pasional-, se dijo a sí misma tras reconocerse.

Sonó el celular que se encontraba sobre la mesa. Al contestar, una voz varonil  la saludaba alegremente, denotando entre la conversación, lo mucho que la ha deseado. Ella no pudo evitar recordar lo vivido hace tantos años con él y pensar, tristemente, que esos momentos habían pasado y no podría regresar la emoción que en aquél momento sintió.

Perdió el hilo de la conversación cuando aquél hombre comenzaba a señalar lo mucho que extrañaba estar con ella, escucharla, abrazarla y hacerle el amor cada noche; escuchaba las palabras de aquél hombre sin muchas ganas.

El timbre del departamento sonó, lo que le dio la perfecta oportunidad de terminar la llamada.

Su cita había llegado.

Rápidamente se levantó y abrió la puerta. León apareció con una sonrisa frente a ella.

Tras el abrazo de bienvenida y el beso distraído en la mejilla, lo condujo a la sala donde tuvieron una amena charla.

Un breve silencio fue la clave para que ella, lentamente se acercara a él y besara sus labios. Instintivamente las manos de ambos comenzaron a reconocerse. Entre las breves caricias que se daban, León la tomó de la cintura para acomodarla sobre sus piernas, levantando la breve falda que cubría sus caderas.

Ella se dejó llevar sintiendo contra su entrepierna la dureza que ocultaba el pantalón de León. Una mano se coló bajo su blusa, haciendo a un lado el sostén y unos labios deseosos del calor de su piel, rodearon uno de sus pezones succionándolo suavemente.

Ella abrazó delicadamente la cabeza de León, pero fue el punto en que notó dentro de sí el vacío que comenzaba a sentir. Reconoció que entre caricia y caricia, su cuerpo se preparaba para la inminente penetración, pero su corazón comenzaba a desechar cualquier rastro de amor por ese hombre.

Se sintió profanada de una forma tan suave que apenas si percibía cambio alguno en su interior; su cuerpo respondía a los movimientos de él, pero su pensamiento estaba a metros de ahí.

Reconoció que había perdido el amor que en algún momento sintió por León, entendió que sin embargo, perderlo le dolería y que sólo deseaba que llegara la ocasión en que el adiós no le causara ninguna herida.

No. Ya no estaba enamorada de León y no se sentía culpable por ello. Durante meses había sentido una y otra vez el silencio de ese hombre como una estocada en su vientre; las ausencias, la distancia a pesar de la cercanía física finalmente empezaban a surtir efecto.

León se deleitaba entre sus piernas y ella se satisfacía con ver y escucharle muriendo de placer en los segundos que duró su orgasmo; sin embargo, ya no se supo la niña linda a la que él pudo tener algún tipo de cariño, sino la mujer que sabía que estaba llegando el momento en que León se convertiría en un simple consolador al que tarde o temprano dejaría en el olvido.

Tras arreglarse de nueva cuenta ambos y volver a la charla, el sentimiento de independencia se hacía más fuerte en su interior.

Le había querido tanto y aunque se esforzaba en volver a sentir lo mismo, debía aceptar que ya no podía. León le había causado una que otra herida profunda y eso era algo que no le perdonaba del todo; tal vez por ello aún seguía manteniéndose a su lado.

-Es difícil decir adiós-, soltó ella de pronto.

León la observó con una expresión de no comprender. Ella sonrío y dándole un beso le siguió a la puerta para despedirlo.

En el kiosko

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A la muerte no le gusta ser silenciosa, no en la ciudad donde hay que gritar para ser escuchado, le gusta que la sientan, que sepan que se acerca, que no olviden que siempre llega.

Siempre bullanguera se pintó de colores y mira a los transeuntes pasar sin que lo noten, se divierte cuando les escucha hacer planes a futuro, sin saber que ella los escucha y ha decidido otra cosa.

Piensa que si la ven en el kiosko, podrían ocuparse en vivir el presente y no en añorar el pasado o esperar el porvenir.

Por un ratito se divierte observando, y después, se acuerda que debe seguir trabajando y parte ruidosa hacia aquél que la llamado.